LLAMADOS A SER TESTIGOS DEL PERDON Y DE LA MISERICORDIA DE DIOS
Seguimos en la Escuela del Señor de la mano del Evangelista San Lucas y hemos de seguir pidiéndole al Espíritu Santo “conocimiento interno del Señor, para más amarle y mejor seguirle” y en este Año dedicado de una manera especial al Sagrado Corazón de Jesús y preparándonos para renovar la consagración de España al Sagrado Corazón de Jesús también hemos de pedirle al Señor: “haz mi corazón semejante al tuyo”.
Después de las Bienaventuranzas del domingo pasado Jesús sigue hoy diciéndonos qué significa vivir estas Bienaventuranzas, en qué se nos tiene que notar. Y lo primero que hoy hemos de hacer es: escuchar. Y es que la propuesta que Jesús nos hace en el Evangelio de este Domingo, dirigida a quienes escuchan sus palabras, dirigida a cada uno de nosotros, hoy, es una llamada a tomarse en serio la vida cristiana y a seguir de verdad a Cristo.
Ser cristiano consiste en vivir en el mismo amor de Dios. Es tener la experiencia profunda del amor inmenso de Cristo, “que me amó y se entregó a la muerte por mi”, en palabras del Apóstol San Pablo. Y este amor de Dios en Cristo Jesús lo puedo experimentar cada día en los sacramentos, en la oración, “trato de amistad con Aquel sabemos nos ama”, que dice Santa Teresa de Jesús, en la Lectura de la Palabra de Dios, en la vida de fe sintiendo vivamente lo que hoy cantamos en el Salmo Responsorial:“El Señor es compasivo y misericordioso”. Esta experiencia de su amor, de su misericordia y de su perdón nos ha de llevar a vivir en el amor hacia los demás, incluso hacia mis enemigos, como lo hizo Cristo, y así ser verdaderamente su discípulo, su testigo.
Hermanos y Amigos hoy escuchamos y contemplamos una de las palabras más exigentes de Jesús: “Amad a vuestros enemigos, haced el bien a los que os odian,, bendecid a los que os maldigan, orad por los que os calumnian”. Con estas palabras Cristo nos está diciendo hoy a cada uno de nosotros: “Sed misericordiosos como vuestro Padre es misericordioso”. Se nos pide hoy vivir más auténticamente nuestro ser cristiano. Se nos recuerda que no podemos estar contentos con la ira, con el rencor, con tantas formas de desamor que existen en nuestro mundo, que vemos a nuestro alrededor, o que incluso nosotros en ocasiones nos dejamos llevar por ellas.Quienes hemos descubierto el amor inmenso del Dios, que se nos ha revelado en Cristo, que sigue dándosenos hoy en el Corazón de Cristo vivo, presente en la Eucaristía, hemos de vivir el amor a los enemigos, haciendo el bien a todos, sin esperar nada a cambio. Y ello porque llevamos en nosotros, como nos recuerda el Apóstol San Pablo en este domingo también, la imagen del hombre celestial, pues al participar en la muerte y resurrección de Cristo, participamos de la vida nueva, somos ya hombres nuevos, y esto hermanos y amigos, tiene que notarse.
Y ya sabemos que esto que nos pide el Señor hoy solos, por nuestras solas fuerzas, no podemos conseguirlo, es superior a nuestras fuerzas. Sí lo sabemos. El que este sea un programa de difícil cumplimiento, no significa que haya que descartarlo como imposible. Siempre será una meta y una referencia de aquello a lo que debemos aspirar como discípulos de Jesús. Y en lo que a nosotros nos parece imposible, tendremos que implorar la ayuda de Dios para ir dando pasos posibles y necesarios en esta dirección. Por eso hemos de pedirle al Espíritu Santo constantemente su fuerza, sus dones para ser cada día mejores discípulos del Señor. Hemos de pedirle a Cristo: “Haz mi corazón semejante al tuyo”. El Corazón de Jesús nos muestra que su amor no tiene límites, no se cansa y nunca se da por vencido. En él vemos su continua entrega sin límite alguno; en él encontramos la fuente del amor dulce y fiel, que deja libre y nos hace libres; en él volvemos cada vez a descubrir que Jesús nos ama “hasta el extremo” (Jn 13,1), sin imponerse nunca; está inclinado hacia nosotros,
especialmente hacía el que está lejano; es la ‘debilidad’ de un amor particular, porque desea llegar a todos y no perder a nadie. El amor misericordioso de Dios nos enseña el valor de cada hombre, de todo hombre. El Corazón de Jesús se nos ofrece como fuente de la misericordia, donde podemos curar nuestra afectividad, enderezar nuestra voluntad y encontrar el estímulo para amar a nuestro prójimo, para perdonar, para orar por quienes nos hacen daño.
Estamos próximos a la Celebración en nuestra Diócesis de la Beatificación de los Seminaristas mártires, en ellos encontramos personas, creyentes, que nos muestran una actitud de plena confianza en Dios que les hace personas de paz, de perdón y no buscadores de venganza. Ellos son un estímulo para nosotros hoy vivir las exigencias de Jesús.
San Vicente de Paúl al final de su vida decía: “Me he convencido de que para ser bueno hay que ser demasiado bueno”. Es una forma de entender el ser misericordiosos como el Padre que nos dice Jesús. Es la mejor manera de ser testigos hoy del Resucitado, manifestando la alegría de la felicidad que nos da el Señor cuando correspondemos a su amor.
En la Eucaristía es el lugar por excelencia donde hemos de empaparnos de este amor inmenso del Señor, donde hemos de dejarnos invadir, cada día de nuevo, por la inmensa misericordia de Dios.
Que le pidamos a Dios cada día que nos enseñe a amar, y así cada uno de nosotros seamos realmente y de verdad constructores de la Nueva Civilización del Amor según el Corazón de Cristo. ¡Ánimo! ¡Adelante!
Adolfo Álvarez. Sacerdote