Estamos en la Escuela del Señor a través del Evangelista San Lucas. Después de presentar a Jesús en Nazaret y de situarlo en Cafarnaúm, donde es bien acogido, hoy lo contemplamos llamando a los primeros discípulos.
Las lecturas de la Palabra de Dios este domingo V del tiempo ordinario son un recorrido por la vocación de tres grandes personas: Isaías, Pablo y Pedro. Son, para cada uno de nosotros, hoy, una invitación para que nos demos cuenta que cada persona tiene una historia personal en su relación con Dios, como nos pasa a nosotros. Y que sintamos que Dios nos continúa llamando hoy, nos sigue pidiendo que en su nombre volvamos a echar las redes.
En esta llamada de Dios encontramos elementos comunes, que siempre se repiten y que nos viene bien recordar y reflexionar: Dios tiene la iniciativa, el ser humano se siente indigno, Dios le purifica y le muestra su misericordia y el hombre responde y responde sí.
1º) Dios tiene la iniciática. Dios con su amor siempre va por delante. Él es siempre el que nos llama como a Isaías: “¿A quién mandaré? ¿Quién irá por mí?”; como a Pablo, llamado por Dios cuando iba camino de Damasco para encarcelar a cristianos; como a Pedro:“desde ahora serás pescador de hombres”.
La llamada de Dios sorprende y nos sorprende también a nosotros. Sentir esta llamada primera, descubrir que es su amor, su puro amor el que hace que Dios tomar la iniciativa es fundamental, pues nos lleva también a descubrir que es Dios quien va a realizar su obra, que nosotros lo que tenemos que hacer es secundar la iniciativa de Dios, colaborar con Él en su obra de Salvación de todos los hombres. Quiero, a este respecto, recordar aquí unas palabras del Papa Benedicto XVI en “Deus caritas est” (Dios es amor) que recoge el Papa Francisco en “Evangelii gaudium” (la alegría del Evangelio) que me parecen muy importantes: “No se es cristiano por una decisión ética o una gran idea, sino por el encuentro con un acontecimiento, con una Persona, que da un nuevo horizonte a la vida y, con ello, una orientación decisiva”
2º) El ser humano se siente indigno. Esta llamada nos hace conscientes de nuestra pequeñez, de nuestra debilidad. Y así lo pone de manifiesto Isaías: “Ay de mi, estoy perdido!. Yo, hombre de labios impuros, que habito en medio de un pueblo de labios impuros”; Pablo:“…como a un aborto se me apareció a mí. Soy el menor de los apóstoles, no soy digno de llamarme apóstol”; Y Pedro: “Apártate de mí, Señor, que soy un pecador”.
3º) Dios purifica y muestra su misericordia. Esta experiencia les hace descubrir y experimentar tanto a Isaías, Pablo ,como a Pedro la inmensa misericordia de Dios, inmensa misericordia que siempre nos abraza y sostiene. En la experiencia del perdón y de la misericordia el hombre, cada uno de nosotros, queda renovado y llamado para una misión: ser portador de la experiencia de la misericordia de Dios para con cada uno de nosotros. Nunca somos tan grandes ante Dios como cuando nos reconocemos pecadores, débiles y nos sabemos necesitados de la Gracia de Dios. Y entonces nos inunda la misericordia de Dios y vemos que con la ayuda de la Gracia lo podemos todo.
4º) El hombre responde y responde Sí. La palabra de Dios a través del Sí de Isaías, de Pablo y de Pedro nos anima a tener plena confianza en el Señor.
La experiencia de de Dios permite escuchar y tener certeza de la llamada de Dios. A Pedro no lo convirtió un sermón, lo convirtió una pesca. En este momento experimentó a Dios en su vida. Jesús lo acorraló en su último reducto, lo vació de su última satisfacción de sí mismo, le hizo confesar su inconsistencia total delante de Él: “Señor, apártate de mí, que soy un pecador”. Así es como empieza toda verdadera vocación de apóstol.
En ciertos momentos nos damos cuenta de que tenemos que ceder en nosotros el lugar a otro, tenemos que rezar, tenemos que recibir ayuda, necesitamos que se nos eche una mano. Lo mismo que Pedro supo que necesitaba nada menos que la presencia de Cristo en su barca para que él aprendiese incluso a pescar – también nosotros sabemos que sin Él no podemos hacer nada. Si queremos ser verdaderos apóstoles, tenemos que permitir que otro actúe en y por medio de nosotros. Ser apóstol es ser enviado, es ser instrumento de otro. Ese otro es nada más y nada menos que Cristo. Ser apóstol es vaciarse de sí mismo, de su orgullo, de su autosuficiencia. Es ponerse, con toda humildad, en manos de otro más grande, es confiar y entregarse a Él. Somos pecadores, sí, pero Cristo quiere transformarnos con su amor y hacer nuestra vida fecunda en buenas obras.
Hermanos y Amigos tenemos que recuperar, avivar, el entusiasmo por Cristo. Ser Apóstoles con nuevo ardor. Echar y echar las redes siempre, confiando en el Señor plenamente. No desanimarnos y anunciar a nuestro alrededor con nuestras palabras y con nuestras obras a Cristo, siendo testigos de su amor inmenso y de su misericordia desbordante para con todos los hombres. No está en nuestras fuerzas sino en el poder del Señor el éxito de la Evangelización. Por eso confiando en el Señor siempre echar las redes, no cesar en el empeño.
Nuestra vocación de Apóstoles es testimoniar que la felicidad del hombre es Jesucristo, ”Camino, Verdad y Vida”. ¡Qué gran misión!, ¿verdad? ¡Qué apasionante tarea! ¿Verdad?
Pues que la Celebración de la Eucaristía sea siempre para cada uno de nosotros Manantial donde bebamos para llevar adelante esta apasionante misión y que ningún miedo nos paralice, pues la Gracia del Señor nunca nos va a faltar.
Adolfo Álvarez. Sacerdote