¿ EN QUIEN CONFIAMOS?
LA CONFIANZA EN EL SEÑOR EL SECRETO DE NUESTRA FELICIDAD
Seguimos adentrándonos, avanzando, en el camino del Año Litúrgico, que según el Papa Benedicto XVI es un gran camino de fe, que la Iglesia realiza siempre precedida por la Virgen Madre María. Y en este camino, este año vamos de la mano del Evangelista San Lucas, que nos ayuda a un conocimiento interno del Señor, para más amarle y mejor seguirle, en palabras de San Ignacio de Loyola.
La liturgia de la Palabra en este domingo canta la confianza en Dios en la primera lectura, la fe viva en la segunda lectura y la verdadera felicidad en el evangelio; y todo ello a través de un lenguaje un tanto paradójico. Paradojas que contienen un programa para valientes, que es lo que debe ser todo seguidor de Jesús. Y es que en las tres lecturas nos encontramos con que la felicidad que buscamos no está en lo que más fuertemente y de modo instintivo llevamos arraigado, sino en otras tantas negaciones o renuncias.
Podemos ver que la cuestión fundamental de las lecturas es: ¿Confiamos en Dios?. Ó ¿confiamos más en el hombre, en el dinero, en nosotros mismos? Esta idea es la expresada en la primera lectura: maldito quien confía en el hombre; bendito quien confía en Dios. Y lo decimos en el salmo responsorial: “Dichoso el hombre que ha puesto su confianza en el Señor”.
Pero a la hora de plantearnos esta cuestión de ¿en quién confiamos? Hoy se nos recuerda el núcleo fundamental del Misterio cristiano, el centro de nuestra fe: La resurrección de Cristo. Así San Pablo hoy nos dice: “Cristo ha resucitado de entre los muertos y es primicia de los que han muerto” y nos dice también: “Si Cristo no ha resucitado, vuestra fe no tiene sentido”. Hemos, por tanto, no perder de vista que el centro de nuestro vivir cristiano es Cristo muerto y resucitado. Y esta experiencia es la que nos tiene que llevar a poner toda nuestra confianza en el Señor, en Dios. Y este Acontecimiento, Cristo Resucitado, es el que nos mueve a vivir las Bienaventuranzas.Es la experiencia de la Resurrección de Cristo la que nos tiene que llevar, o en donde hemos necesariamente de beber, para entrar en el gozo profundo de vivir el Evangelio. La Resurrección del Señor, que es el Acontecimiento central que nos reúne cada Domingo, nos llena de esperanza nuestra vida. Jesucristo nos invita a mirar más allá de esta vida, pues Cristo nos revela un Dios que nos ama inmensamente, que nos espera más allá de la muerte, es más al resucitar a Cristo, rompe la atadura de la muerte y nos abre a la Vida Eterna. Y es desde aquí desde donde hemos de poner toda nuestra confianza en el Señor.
Y para mirar y descubrir en quién confiamos, dónde buscamos la felicidad, el Señor nos da una ruta: Las Bienaventuranzas.
Las Bienaventuranzas siempre nos remueven por dentro. Oír que son proclamados felices los pobres, los que tienen hambre, los que lloran y los que son perseguidos sacude los valores que el mundo privilegia y que de una manera más o menos fuerte, ha entrado también en nosotros.
La manera de narrarnos San Lucas las Bienaventuranzas, que pone cuatro, poniendo correlativamente cuatro maldiciones, además del preguntarnos en quién confiamos, nos lleva a preguntarnos, a mirar de una manera sincera y profunda sobre qué valores organizamos nuestra vida: Los valores que Dios nos ha confiado, o los valores del mundo, los valores al margen de Dios. Las bienaventuranzas constituyen la página más revolucionaria del evangelio, porque en ellas Jesús establece una inversión total de los criterios humanos respecto de la felicidad . Es un hecho de experiencia que todo ser humano quiere ser feliz. Ahora bien, ¿por qué camino?
Y Jesús lo que quiere con las Bienaventuranzas es mostrarnos el camino auténtico.
Hermanos y Amigos, las Bienaventuranzas expresan la participación en el mismo amor con el que Jesús se siente amado por el Padre. El Papa Francisco señalaba que las Bienaventuranzas son la ley de quienes han sido salvados: “Esta es la ley de los libres con la libertad del Espíritu Santo”. Y los “Ayes” de Jesús, que son cuatro, aparecen como lamento pero también como compasión hacia los que han rechazado la salvación fiándose de sí mismos.
Las Bienaventuranzas se nos presentan como un camino que hay que ir recorriendo. Un camino de conversión, de que cada día nuestra confianza vaya estando más y más en el Señor. Un camino en el que vayamos de la mano del Señor y crezcamos en su amor. Ello significará que nos dejamos verdaderamente amar por Cristo y que desde Él amamos a los demás y usamos las cosas no convirtiéndolas en el centro de nuestro existir y vivir sino usándolas para cada día vivir más sincera y automáticamente nuestro amor a Dios y nuestro amor al prójimo.
El camino de las bienaventuranzas no es fácil; se trata, ante todo, de ir contra corriente de todo aquello a lo que nos empuja el mundo de hoy. Pero nosotros tenemos la convicción de que es un camino que vale la pena recorrerlo, porque lleva al mejor premio: la felicidad verdadera. Y para ello hemos de alimentarnos de Cristo, Pan de Vida Eterna, en la Eucaristía. Hemos de frecuentar el Sacramento de la Penitencia, dejándonos inundar de la misericordia y el perdón de Dios. Hemos de cuidar el trato asiduo con el Señor mediante la escucha de su Palabra y la Oración.
“Dichoso el hombre que pone su confianza en el Señor”. Que ésto se haga realidad en cada uno de nosotros, hermanos y amigos, y, con nuestra vida seamos testimonio de dónde está el secreto de la felicidad, pudiendo hoy decir a cada hombre, a cada mujer de nuestro mundo actual: Dios no nos quita nada, nos lo da todo.
Adolfo Álvarez. Sacerdote