Manifestación del Salvador
Con la Fiesta del Bautismo del Señor que, hoy, en este Domingo, celebramos, culminamos las Celebraciones de la Navidad-Epifanía.
A continuación de la solemnidad de la Epifanía, la liturgia celebra otras dos manifestaciones del Señor. Así, después de la manifestación a los pueblos paganos representados en la persona de los magos o de los sabios procedentes de oriente, hoy celebramos la fiesta del Bautismo del Señor, en la cual Jesucristo es reconocido por el Padre del cielo: Tú eres mi Hijo, el amado, el predilecto. Para completar la trilogía, el próximo domingo, ya en el Tiempo Ordinario, contemplaremos en el evangelio el milagro de las bodas de Caná, el primero de los signos de Jesús con el que comenzó a manifestar que Él era el Mesías.
Las lecturas de hoy deben situarse, por lo tanto, en el contexto de estas manifestaciones del Señor, de estos acontecimientos en los cuales Jesús aparece como el Cristo, el Mesías enviado por Dios, el Hijo de Dios hecho hombre como nosotros, que ha venido a traernos la salvación.
Si ya Jesús comparte nuestra condición humana, hoy con el Bautismo, se pone junto a nosotros, se suma a la fila de aquellos que nos sentimos pecadores pero para devolvernos la gracia, la vida de Dios. Para arrancarnos de un mundo de oscuridades a una atmósfera de luz divina.
En el Bautismo de Jesús se revela, por primera vez, el misterio de la Trinidad. Las tres personas divinas se hacen sensibles: el HIJO en la persona de Jesús que está siendo bautizado por Juan; el ESPÍRITU SANTO en forma de paloma; el PADRE mediante la voz del cielo.
Hoy es el mismo Padre quien revela solemnemente que el Niño que hemos adorado, a quien anunciaron los ángeles y los pastores, a quien adoraron los Magos, es su Hijo Amado, en el que tiene puestas sus complacencias. Y sobre este Hijo Amado desciende el Espíritu para que pueda dar vista a los ciegos, la libertad a los cautivos y a todos la Salvación.
Hay hoy, una llamada a acogerle, a escucharle. Acogerle es confesar que Jesús es nuestro Salvador, acogerle es escuchar su Palabra; acogerle es dejarle guiar nuestra vida; acogerle es anunciarle a los demás como Salvador.
En las lecturas destacan, también, dos momentos importantes: La Unción y la Misión, que nos hablan de Jesús y que nos hacen pensar en nuestra condición de bautizados, pues estos dos momentos también se expresan en nuestro bautismo.
La Unción: Se nos dice en la lectura de Isaías: “Mirad a mi siervo, a quien sostengo; mi elegido, a quien prefiero”. “Yo, el Señor, te he llamado con justicia, te he tomado de la mano, te he formado, te he hecho…”. En la lectura de los Hechos de los Apóstoles se dice: “Ungido por Dios con la fuerza del Espíritu Santo” y “Dios estaba con Él”. El Evangelio resalta la voz del Padre: “Tú eres mi Hijo, el amado, el predilecto”.
La Misión:
En el Profeta Isaías se anunciaba así la misión: “… para que traiga el derecho a las naciones”. También se dice: “No gritará, no clamará, no voceará por las calles. La caña cascada no la quebrará, el pábilo vacilante no lo apagará”, lo que alude al estilo de la misión, que la realizará desde la mansedumbre y la misericordia. Además dice: “Para que abras los ojos de los ciegos, saques a los cautivos de la prisión, y de la mazmorra a los que habitan en las tinieblas”, lo que alude al contenido específico de la misión que es traer la liberación de los males que afligen a la humanidad y la salvación de la que está necesitada. La lectura de los Hechos de los Apóstoles dice: “La paz que traerá Jesucristo”, es otra parte importante de la misión; también dice, como resumiendo lo central de su misión: “Pasó haciendo el bien y curando a los oprimidos por el diablo”.
La mejor manera de expresar la misión que tiene Jesucristo es decir que viene a salvarnos. La salvación implica la liberación de todos los males que afligen a la humanidad, incluida la muerte; pero también nos libera del pecado y nos saca de las consecuencias en las que nos sumerge el pecado. Jesús conoce nuestra condición enferma por el pecado, pero no rehúsa unirse a nuestra humanidad, sino que ratifica su voluntad de dar la vida por nosotros. Desciende al Jordán porque Él cargará con nuestros pecados y entregará su vida por nosotros.
Nosotros por nuestro Bautismo somos verdaderamente hijos de Dios y hemos sido ungidos por el Espíritu para “configurarnos con Cristo” y para seguir adelante la misión de Cristo. Para llevar adelante la misma misión de Cristo hemos de dejarnos salvar por Él, dejarle liberarnos del pecado y llevar esa liberación a quienes están necesitados de ella.
Aunque el día propio de renovar las Promesas Bautismales, renovando nuestro Bautismo, es en la celebración cumbre de todo el Año Litúrgico, la Vigilia Pascual, La Noche Santa de Pascua, hoy también es un buen día para recordar que fuimos bautizados. No es nuestro bautismo igual que el de Juan en las aguas del Jordán, pues el bautismo de Juan es un bautismo de purificación. Sin embargo este bautismo de Juan es anuncio y preparación del Bautismo inaugurado por Cristo con su muerte y resurrección. El mismo Juan afirma en el Evangelio que contemplamos hoy: “Yo os bautizo con agua; pero viene el que es más fuerte que yo, a quien no merezco desatarle la correa de sus sandalias. Él os bautizará con Espíritu Santo y fuego” (Lc 3,15-16).
Hoy hemos de recordar que somos hijos de Dios y hemos de sentirnos de nuevo llamados, urgidos a vivir como bautizados, como verdaderos hijos de Dios y miembros del Cuerpo de Cristo que es la Iglesia. Hoy debemos volver a tomar conciencia de nuestro bautismo. Debemos comprender que éste nos posibilita vivir como Jesús, es decir, a vencer el mal y a vivir cada vez más en comunión con Dios. Nuestro bautismo significa la muerte del pecador en nosotros y el nacimiento en nosotros del hombre nuevo, creado en justicia y santidad. Así podemos sentir el legítimo orgullo de haber sido bautizados.
Esperemos que la celebración de este día, de la fiesta del Bautismo de Jesús, nos ayude a vivir con mayor conciencia de que, debido a nuestro bautismo, hemos sido llamados a ser otros Cristo en el mundo en el que vivimos, procurando anunciar con nuestra palabra y nuestra vida que el Reino de Dios, de paz, de justicia y de amor, a pesar de todas las miserias que nos rodean, ya está presente entre nosotros siendo portadores de verdad de esta paz, de esta esperanza y de este amor.
Y por ello y para ello con toda la Iglesia suplicamos al Señor: “Concede a tus hijos de adopción, renacidos del agua y del Espíritu Santo, perseverar en el cumplimiento constante de tu Voluntad”.
Demos gracias a Dios por habernos dado a Cristo como Salvador y demos gracias a Dios por nuestro bautismo.
Adolfo Álvarez. Sacerdote