SANTA MARIA, MADRE DE DIOS E INTERCESORA POR LA PAZ
En pleno corazón de la Navidad, en la Octava del Nacimiento de Cristo, celebra la Iglesia, celebramos todos nosotros, la Solemnidad de Santa María Madre de Dios. Así fue proclamada María por el Concilio de Éfeso en el año 431.
Por la cooperación con Dios de María, a la obra de la Salvación, fue posible la venida de Cristo al mundo, y de esta manera María se convierte en verdadera Madre de Dios y Madre de todos los hombres.
La maternidad divina de María aconteció “cuando llegó la plenitud del tiempo”, es decir, en el momento de la historia humana libremente elegido por Dios, en el que envió a su Hijo, nacido de mujer, para que recibiéramos la adopción filial (Gal 4, 4-6). Movido por su amor, Dios nos ha dado a conocer sus planes más secretos y ha llevado “la historia a su plenitud al constituir a Cristo en cabeza de todas las cosas, las del cielo y las de la tierra” (Ef 1, 9-10).
Jesucristo es el Hijo del Padre, Dios igual que el Padre y que el Espíritu Santo. Llegada la plenitud de los tiempos acampó entre nosotros, se hizo hombre, tomando naturaleza humana en las entrañas virginales de María. Es decir, la humilde esclava del Señor, María, dio al Hijo eterno de Dios la naturaleza humana. La Virgen no da a Jesús la naturaleza divina, no puede dar, sólo le da la naturaleza humana, pero al haber en Cristo más una persona, la divina, la segunda de la Santísima Trinidad, María es la Madre de Dios hecho Hombre.
Madre de Dios –dice el Papa Francisco en una homilía- es el título principal y esencial de la Virgen María. Es una cualidad, un cometido, que la fe del pueblo cristiano siempre ha experimentado, en su tierna y genuina devoción por nuestra madre celestial. Recordemos aquel gran momento de la historia de la Iglesia antigua, el Concilio de Éfeso, en el que fue definida con autoridad la divina maternidad de la Virgen. También se cuenta que para celebrar la proclamación de la Maternidad divina de María, los padres del Concilio Éfeso, acompañados por el gentío que los rodeaba y con antorchas encendidas, hicieron una gran procesión cantando: Santa María, Madre de Dios, ruega por nosotros pecadores ahora y en la hora de nuestra muerte. Amén. Así surgió la segunda parte del Avemaría.
Celebramos en este día primero del Año en la solemnidad de Santa María, Madre de Dios, la Fiesta más antigua de María. Este es el título principal y esencial de la Virgen María. A Ella la llamamos con otros muchos títulos: Inmaculada, Asunta, Llena de gracia, Esperanza, Virgen de los Dolores, Madre de misericordia. Pero la maternidad es la misión que Dios le dio al llegar la plenitud de los tiempos. El pueblo cristiano ha experimentado siempre la presencia maternal y tierna de la Madre de Jesús, acogiéndola con devoción filial como madre celestial. Y así también comenzó a rezar: “Bajo tu amparo nos acogemos, Santa Madre de Dios. No desoigas la oración de tus hijos necesitados, antes bien líbranos de todo peligro, oh Siempre Virgen, gloriosa y bendita.” La maternidad divina de Santa María, además de ser el privilegio mayor que Dios le concedió, es el origen de todos los demás dones y carismas con que la adornó. Porque iba a ser Madre de Dios, fue concebida sin pecado y llena de gracia, desde el primer momento de su concepción. Por ser Madre de Dios, fue siempre virgen. Porque es la divina Madre del Salvador, es corredentora con Cristo redentor y Madre de la Iglesia. Y, porque es Madre de Dios, es también madre de todos los hombres. La Madre de Dios es nuestra Madre, porque Cristo desde la cruz nos la dio como Madre. El Catecismo de la Iglesia Católica nos lo enseña: Jesús es el Hijo único de María.Pero la maternidad espiritual de María se extiende a todos los hombres, a los cuales Él vino a salvar: “Dio a luz al Hijo, al que Dios constituyó el mayor de muchos hermanos” (Rom 8,29), es decir, de los creyentes, a cuyo nacimiento y educación colabora con amor la madre.
En esta Solemnidad celebramos, también la Jornada Mundial de Oración por la Paz. El fruto de la bendición y de la protección divina, de la contemplación del rostro de Dios y del favor del Señor, de vivir bajo su mirada misericordiosa es la paz. La paz en el interior de cada cristiano y en la sociedad. La paz es un don de Dios que hemos de implorar para nosotros, para los nuestros y para el mundo entero, especialmente para aquellos lugares en los que no reina la paz sino la violencia, la guerra, el terrorismo, la extorsión. Pero es también una tarea que los hombres hemos de poner en práctica.
El lema de este Año es: “La buena política está al servicio de la paz” Y así en el Mensaje del Papa Francisco para esta Jornada nos dice: “Dar la paz está en el centro de la misión de los discípulos de Cristo. Y este ofrecimiento está dirigido a todos los hombres y mujeres que esperan la paz en medio de las tragedias y la violencia de la historia humana.[1]La “casa” mencionada por Jesús es cada familia, cada comunidad, cada país, cada continente, con sus características propias y con su historia; es sobre todo cada persona, sin distinción ni discriminación. También es nuestra “casa común”: el planeta en el que Dios nos ha colocado para vivir y al que estamos llamados a cuidar con interés…
La función y la responsabilidad política constituyen un desafío permanente para todos los que reciben el mandato de servir a su país, de proteger a cuantos viven en él y de trabajar a fin de crear las condiciones para un futuro digno y justo. La política, si se lleva a cabo en el respeto fundamental de la vida, la libertad y la dignidad de las personas, puede convertirse verdaderamente en una forma eminente de la caridad…
Estamos convencidos de que la buena política está al servicio de la paz; respeta y promueve los derechos humanos fundamentales, que son igualmente deberes recíprocos, de modo que se cree entre las generaciones presentes y futuras un vínculo de confianza y gratitud.”
Oremos, por intercesión de María, al Príncipe de la Paz, Jesucristo, que otorgue el don de la paz como bendición para nuestras familias, para nuestras ciudades y para el mundo entero y al mismo tiempo cultivemos, a nuestro alrededor, actitudes de paz y reconciliación que favorezcan la concordia, el respeto y el amor auténtico.
Y en este día también comenzamos un nuevo Año civil, el 2019 y lo hacemos suplicando la bendición de Dios con la fórmula que él nos propuso: “El Señor te bendiga y te proteja; el Señor ilumine su rostro sobre ti y te conceda su favor; el Señor se fije en ti y te conceda la paz” (Num 6, 24-26). En este Año 2019 se cumplen 100 años de la Consagración de España al Corazón de Jesús, Consagración que será renovada el próximo mes de junio. Preparándonos para ello hemos de pedirle al Señor nos ayude a adentrarnos cada día más en el Amor inmenso del Señor que nos manifiesta en su Corazón. Y le pedimos: Señor Jesucristo bendícenos y protégenos en el nuevo año; concédenos la gracia de conocer su rostro y ahondar en el Misterio de tu Corazón, y de reflejarlo día a día en nuestra propia vida; abre nuestros ojos para reconocer su imagen en todos los hermanos; renueva tu con amor en nosotros y concédenos tu luz, tu salvación y tu paz.
Santa María, la Madre de Dios y Madre nuestra nos lleve de su mano y nos muestre siempre a Jesús y nos ayude a crecer en la fe, la esperanza y el amor.
Amigos y Hermanos de la mano de Santa María, Madre de Dios Feliz Año Nuevo.
Adolfo Álvarez. Sacerdote