El Señor Vendrá, Confiemos en Él
Seguimos en la Escuela del Señor a través del Evangelista San Macos y estamos acercándonos al fin del Año Litúrgico. El año litúrgico comienza en el adviento preparándonos para recibir a Jesús, recorre toda la vida de Jesús y termina con el final del tiempo y la fiesta de Cristo Rey, que pone a Jesús como el centro de la historia. Por eso, los textos bíblicos de hoy nos hablan de la vuelta gloriosa de Cristo, del fin del mundo, del juicio universal. La Iglesia con su pedagogía nos recuerda que vamos camino hacia la Patria definitiva, que existe, por tanto, una vida futura, la vida eterna.
El contenido que se quiere resaltar es que el mundo y el hombre tendrán un final. El tiempo y el espacio, dos categorías humanas, se acabarán con todo lo que eso supone. El final, según las Escrituras, irá precedido por unos signos: tiempos difíciles o una gran tribulación (Este signo se debe a unas circunstancias históricas: la persecución de Antíoco IV en el 167 a. C.; o la caída de Jerusalén en el año 70 d. C.). Otro signo son las catástrofes naturales. Son signos que, casi siempre están presentes en la historia humana. Además es interesante resaltar la presencia del arcángel Miguel, que simboliza el triunfo del bien sobre el mal. El final será la manifestación de la gloria de Dios, venciendo a todos los males de la humanidad. En este final se producirá la segunda venida de Jesucristo a la tierra, en la que se producirá la resurrección de los muertos y el juicio final. Por una parte, se nos señala la fugacidad de este mundo y, por otra, que las palabras de Jesús no pasan. Se nos llama, por ello, a la vigilancia y a la preparación cuidadosa: “Aprended de esta parábola de la higuera: cuando las ramas se ponen tiernas y brotan las yemas, deducís que el verano está cerca; pues cuando veáis vosotros que esto sucede, sabed que él está cerca, a la puerta”.(Mc 13,28-29)
El lenguaje apocalíptico que aparece en este domingo es un tanto difícil y nos causa desconcierto, pero su mensaje no es devastación sino de esperanza, lo que quiere afirmar que el desenlace último no puede excluir a Dios, sino que en realidad le pertenece a Él. Hemos de recordar siempre que la Buena Noticia de Jesucristo nos dice que hay un futuro feliz y por siempre, Que vale la pena vivir.
Apocalipsis en griego significa <<revelación>>. La revelación de una realidad que conocemos bien: que el mundo no funciona siempre según los planes de Dios, porque hay mal, injusticia, desconsuelo, desesperanza. Pero es también la revelación de una esperanza: que Dios vela y salva a su pueblo. El futuro es de Dios. Así nos resultan cargadas de esta esperanza las palabras de <<los sabios brillarán como el fulgor del firmamento, y los que enseñaron a muchos la justicia, como las estrellas, por toda la eternidad>> (Daniel 12,3)
La verdadera fe de un cristiano en la Parusía no tiene nada que ver con una actitud de pasividad, ni desesperanza. Un auténtico cristiano aguarda con valentía y esperanza la vuelta del Señor. “Toda la creación gime en la espera de la manifestación de los hijos de Dios” dice San Pablo. También nosotros: nuestra vida verdadera está oculta en Dios y sólo se revelará cuando el Señor aparezca. Pero mientras espera esta aparición definitiva del Señor, el cristiano auténtico no está inactivo. Por el contrario, esta fe en la Parusía nos da ánimo para trabajar en la preparación del Reino. La esperanza en el triunfo final de Cristo debería entusiasmarnos en la preparación de su Reino. Tenemos en nuestras manos los medios para salvar al mundo: los sacramentos, la oración, el trabajo, fuentes inagotables de gracias.
El fin de los tiempos no debe ser una catástrofe, sino una realización y una culminación. Dios no quiere aniquilar este mundo, que tanto ama, sino que quiere perfeccionarlo y salvarlo. Y esta perfección y salvación del mundo tiene que ser obra nuestra, obra de todos los cristianos. Nosotros somos los responsables de humanizar, transformar, evangelizar y divinizar el mundo. Queridos amigos y hermanos, hoy el Señor nos invita a hacer un acto de fe en su victoria eterna y definitiva y, a convertirnos en colaboradores incansables en su Reino. ¡No rechacemos esta invitación del Señor del Mundo y de la Historia!
San Marcos quiere hoy recordarnos algunas convicciones que alimentan nuestra esperanza cristiana, las señalo brevemente:
- La historia apasionante de la humanidad llegará a su fin. Un día llegará la Vida definitiva, sin espacio ni tiempo. Y viviremos el Misterio de Dios en plenitud.
- Jesús volverá y podremos ver su rostro deseado. Y Él nos iluminará para siempre
- Jesús nos dará la Salvación de Dios, Él viene con el poder grande y salvador del Padre.
- Las Palabras de Jesús <<no pasarán>> No caminamos hacia el vacío y la nada. Caminamos hacia Dios y Jesús nos saldrá al encuentro. No espera el abrazo con Dios.Por todo esto hemos de confiar en Dios. Nuestra confianza ha de estar en el Señor. Y, por ello hoy la Iglesia nos invita a rezar, a gustar interiormente, el salmo 15:
- Nuestra esperanza se apoya en el hecho inconmovible, en el acontecimiento central de nuestra fe, de la Resurrección de Cristo. Desde Cristo Resucitado descubrimos y vemos la vida presente en “estado de gestación” como germen de una vida que alcanzará su plenitud en Dios.
Protégeme, Dios mío, que me refugio en ti.
“El Señor es el lote de mi heredad y mi copa / mi suerte está en tu mano. / Tengo siempre presente al Señor, / con él a mi derecha no vacilaré.
Por eso se me alegra el corazón, / se me gozan mis entrañas, / y mi carne descansa serena: / Porque no me entregarás a la muerte / ni dejarás a tu fiel conocer la corrupción.
Me enseñarás el sendero de la vida, / me saciarás de gozo en tu presencia, / de alegría perpetua a tu derecha”.
Hermanos y amigos: Caminemos cada día con esta confianza en el Señor, guiados por la fe, y alimentados por Él mismo en la Eucaristía, Pan de Vida Eterna. Nuestro destino es el cielo, es Dios mismo.
Adolfo Álvarez. Sacerdote