Seguimos en la Escuela del Señor de la mano del Evangelista San Marcos y tenemos que seguir pidiéndole al Espíritu Santo nos ayude a tener “conocimiento interno de Cristo para más amarle y mejor seguirle”.
Hoy somos invitados a contemplar a Cristo-servidor, que “no ha venido a ser servido, sino a servir y dar su vida en rescate por muchos”.
Si el domingo pasado Jesús no invitaba a no poner nuestro corazón en el tener, hoy nos invita y hace una llamada a no poner nuestro corazón en el poder. Y por ello hoy contemplamos a Cristo en su entrega por amor.
“El Hijo del hombre no ha venido s ser servido, sino a servir y dar su vida en rescate por muchos”. Este versículo final del pasaje evangélico de este Domingo nos da el criterio fundamental para entender la naturaleza verdadera de la vocación cristiana y, por ello, de la vocación misionera, aspecto en el que nos fijamos en este Domingo del DOMUND (Domingo mundial de la Propagación de la Fe).
Dicho criterio es el de “servicio” tal y como lo ha vivido y nos ha enseñado Jesús. Si tal es la vocación cristiana -y por ello la misionera- será oportuno reflexionar sobre algunos aspectos estrechamente relacionados con el concepto evangélico de “servicio”. Hoy, al celebrar este día del DOMUND, se nos invita a todos a actualizar en nuestra conciencia cristiana esta dimensión misionera o evangelizadora de nuestra fe; hoy se nos recuerda de un modo especial que no vivimos nuestra fe en plenitud y que no somos en realidad miembros vivos de la Iglesia si no “tomamos parte en los duros trabajos del Evangelio», como dice San Pablo.
Sabemos, además, que esta tarea de dar a conocer a Cristo es hoy especialmente urgente, y lo es incluso entre nosotros, pueblos de vieja cristiandad. ¡Cuántos de nuestros contemporáneos, de nuestros amigos, de nuestros parientes viven al margen de la fe y de la Iglesia! ¡Cuántos, quizá por desconocimiento, quizás por el escándalo que hayamos podido dar, se han apartado de Cristo! Nuestra sociedad es hoy también campo de misión. Y todos, desde el primero hasta el último en la Iglesia, debemos vivir el compromiso adquirido en nuestro Bautismo por presentar de nuevo a Cristo a nuestros contemporáneos, para que también ellos puedan ver en Él a su Dios y Señor, a la Verdad y la Vida. Y, sobre todo, hemos de procurar que nuestra vida cristiana, que la Iglesia misma, sea un testimonio más elocuente que las palabras mismas.
El lema de este año es “Cambia el mundo”. Somos llamados cada uno de nosotros a cambiar el mundo, desde primero dejarnos cambiar por Cristo. Somos urgidos a contagiar la fe en Cristo por atracción para ello nuestros corazones han de estar traspasados por el amor de Dios que nos hace vivir en el servicio auténtico a los demás, contribuyendo a hacer una sociedad más justa, más fraterna. Los misioneros son para nosotros ejemplo y estímulo, y les ayudamos con nuestra oración y nuestra generosidad económica. Pero no nos olvidemos que estamos llamados cada uno de nosotros a ser misioneros en nuestro entorno.
La grandeza del cristiano consiste en hacerse siervo, siguiendo el ejemplo de Jesús y éste será el modo de que la comunidad, y las personas de nuestro alrededor, nos crean. Hemos de entregarnos por amor. Este es el servir que Cristo nos muestra. Nada tiene sentido, ni siquiera el sacrificio, sin amor. El Sacrificio de Cristo es fruto del amor de Dios por todos y cada uno de nosotros. Por ello hemos de sentirnos amados por Dios y hemos de obrar siempre por amor a nuestros hermanos.
En definitiva el “Servir” al que Cristo nos urge es vivir en el amor. Servir es estar con los ojos abiertos para ver en qué puedo ayudar, cómo puedo dar alegría a quien tengo cerca. Es atender a los demás con delicadeza y afecto. Cristo nos enseña a servir en el Lavatorio de los pies.
Toda responsabilidad en la Iglesia y en la sociedad ha de ser siempre un servicio. Esto nos honrará y hará un gran bien a nuestro prójimo. Pensemos que Jesús se hizo «obediente hasta la muerte, y una muerte de cruz», este es el signo supremo del amor de Dios. Jesús nos ha salvado más por amor que por el dolor que sufrió en la pasión y muerte. Algunas veces el Evangelio nos puede parecer duro, y lo es, pero de hecho no nos pide nada que no haya hecho antes Jesús por mí y por los demás.
El Evangelio no es nunca pesimista y negativo, sino que siempre nos ayuda a ser más personas y mejores cristianos.
Hermanos y amigos acudamos al Señor Jesús desde nuestra humildad de hombres pecadores, no para que nos dé un título importante y dominador, sino el título de gracia que nos salva y nos ayuda a estar al servicio de los demás con amor y fraternidad y que con la fuerza de su Espíritu seamos misioneros y vayamos dejándonos cambiar por Cristo y ello haga posible cambiar el mundo y que muchos de nuestros contemporáneos descubran de nuevo a Cristo, Camino, Verdad y Vida para su vida.
Adolfo Álvarez. Sacerdote