Seguimos tras los pasos de Jesús de la mano del Evangelista San Marcos. Y seguimos teniendo que pedir en nuestra súplica “conocimiento interno del Señor para más amarlo y mejor seguirlo”.
Y hoy contemplamos esta escena que el Evangelio nos presenta y que conocemos como “el joven rico”. Jesús está en el camino de Jerusalén y le sale al encuentro “uno” que le pregunta sobre cómo conseguir la vida eterna, y le llama “Maestro bueno”.
Cada uno de nosotros somos este “uno”, este “joven rico”, tenemos que meternos en la escena evangélica y contemplar que cada uno de nosotros le hacemos la pregunta a Jesús: “Maestro bueno. ¿Qué haré para heredar la vida eterna? “
Jesús le hace pensar lo que ha dicho: “¿Por qué me llamas bueno? Nadie es bueno más que Dios”. Y Jesús enseguida recuerda “Sólo Dios es bueno”. Él es quien nos hace buenos. Por ello hemos de caer en la cuenta que más que hacer nosotros para heredar la Vida Eterna, es decir ser santos, tenemos que dejar que Dios haga en nosotros, en nuestros corazones, tenemos que dejar que Él vaya transformándonos teniendo los sentimientos y las actitudes de Jesús.
Lo primero que tiene que ocurrir en nuestra vida es gustar y sentir el inmenso amor de Dios para con cada uno de nosotros. Es esta experiencia del Señor la que después nos ayudara a que el Señor ocupe el centro de nuestro corazón.
Ante la respuesta de Jesús recordándole los Mandamientos el joven responde que los ha cumplido ya desde muy joven. Los ha cumplido, podemos nosotros también cumplir, pero estar lejos del Señor, pues nos quedamos sólo en lo externo, como un mero cumplimiento de normas y preceptos, pero que no bajan al corazón y nos mueven a la conversión a Jesucristo, el Señor.
El joven se marchó triste porque era rico. Amigos y hermanos, el joven se marchó triste porque Dios no estaba en el centro de su corazón. El Señor no quiere que seamos pobres materialmente hablando. No. Y debemos luchar contra la pobreza. El Señor quiere que “seamos pobres evangélicamente, es decir que no estemos apegados a las riquezas, que usemos de las cosas pero como medios y que nada ocupe el centro de nuestro corazón.
Jesús “le miró con amor”, el Señor nos mira con amor. Tenemos que dejarnos mirar por Cristo. Él con su mirada amorosa nos ilumina, nos ayuda a descubrir y reconocer nuestras ataduras, nuestras miserias. Con su Espíritu viene en ayuda de nuestra debilidad a fin de que expulsemos esos “dioses” con minúscula que quieren ocupar el centro de nuestro corazón y el centro lo ocupe sólo el Señor.
En la segunda lectura de hoy, de la Carta a los Hebreos.4, 12-13:se nos recuerda que La palabra de Dios discierne nuestro corazón, penetra hasta lo profundo como espada de doble filo, llega a los deseos y las intenciones del corazón humano, llega a los deseos y las intenciones más profundas de nuestro corazón. De tú corazón y el mío. ¡Qué importante! Tenemos que descubrir la necesidad de confrontar nuestra vida con la Palabra de Dios, ella nos puede hacer aclarar nuestra vida, discernir nuestras intenciones, ayudarnos a crecer.
Cuando la tristeza nos invade es porque algo está desajustado en nuestro corazón que nos distancia de Dios y de los demás y que es necesario descubrir y dejar que el Señor nos cure, nos sane.
El Señor nos llama, nos llama para enviarnos y hoy como al joven nos dice a cada uno: “Ve, vende, da, ven, sígueme, acepta la cruz” Y hemos de responder, pues el Señor nos llama a todos a tenerle en el centro de nuestro corazón, nos llama a todos para enviarnos allí donde estamos a ser testigos del Amor de Dios. Nos llama a ser testigos, portadores con nuestras obras y palabras de lo felices que somos cuando dejamos a Dios ocupar el centro de nuestro ser.
Amigos dejémonos mirar por Cristo, mirémosle. Que nos cautive el Señor, que nos enamore, y así el Señor sea nuestra riqueza, la riqueza que ofrezcamos a los demás para que también vivan la felicidad auténtica que sólo Dios da.
Adolfo Álvarez. Sacerdote