Llamada a la Esperanza, Compromiso de Testimonio.
Celebramos hoy, en este domingo la Solemnidad de la Ascensión del Señor. Cristo, hombre como nosotros, ha sido glorificado con Dios para siempre. Y con Él, nuestra débil condición humana forma parte ya de la vida divina. Una Solemnidad que es celebrada en íntima conexión con la Resurrección del Señor. La Ascensión forma un momento más del único Misterio Pascual, pues la Ascensión es uno de los tres momentos de su Glorificación, tras el sacrificio de su muerte salvadora, con el descenso al lugar de los muertos para rescatar las almas de los justos y su resurrección.
Cristo asciende glorioso y victorioso al cielo. El Padre ha acreditado a su Hijo Jesús resucitándolo de entre los muertos y glorificándolo. Cristo Resucitado ha entrado en el Santuario celestial como Sumo Sacerdote que intercede por nosotros ante el Padre.
¡Contemplemos el Misterio de la Ascensión del Señor con ojos de fe y de agradecimiento, de alegría y de esperanza!.
San Lucas nos cuenta dos veces la escena de este acontecimiento:
Una: como final de su Evangelio.
Otra: como inicio en su Libro de los Hechos de los Apóstoles.
Y ello porque la Ascensión es el punto de llegada de la vida de Jesús y el punto de partida del tiempo de la Iglesia.
Celebrar la Ascensión no es quedarse estancados contemplando el azul celeste o mirando a las estrellas, no es vivir de brazos cruzados pensando en la estratosfera, no es suspirar por cielo nuevo y una tierra nueva creyendo que en este mundo vivimos una ausencia que engendra tristeza. La Ascensión es sobre todo un envío y un compromiso: “Ser Testigos”. Es el encargo del Señor: “Seréis mis testigos”
La Ascensión del Señor nos anuncia la Salvación prometida por Jesús y muestra la riqueza de gloria y la esperanza a la que estamos llamados como miembros del Cuerpo glorioso de Cristo. Nosotros no formamos un cuerpo muerto, ni un grupo de amigos nostálgicos, nosotros formamos la Iglesia, Cuerpo vivo de Cristo animado por el Espíritu Santo que nos envía el mismo Cristo desde el Padre para continuar su obra y misión.
La Ascensión es un gran signo de esperanza que se nos da para que confiemos plenamente en Cristo, con la seguridad de que quienes creemos en él, quienes le amamos, estamos llamados a compartir no sólo su misión sino también su vida y su gloria.
Jesús al ascender al cielo les dice a los Apóstoles y nos dice a nosotros: “seréis mis testigos”. Testigos de la Esperanza, que es Cristo, luchando por un mundo mejor. ¡Ojo con mirar neciamente al cielo! El cielo no está por encima de nosotros, sino delante de nosotros como tarea, como compromiso. Nuestra meta está en el cielo pero a través de nuestro testimonio en la tierra. Mirar al cielo para gastarnos en la tierra, viviendo el amor a Dios y el amor al prójimo. Por ello nosotros hemos de anunciar nuestra fe en Jesús vivo y salvador de todos los hombres con valentía, con nuestras obras y palabras, colaborando activamente en y con la misión de Jesús pues no podemos quedarnos mirando al cielo (con la vista perdida) pero tampoco clavados en lo pasajero o incluso creyendo que la Iglesia es una ONG. Jesús envía a sus discípulos, nos envía a nosotros, para que sean sus testigos en el mundo ante los demás. No nos avergoncemos nunca del Señor ni de su Evangelio. El triunfo de Jesucristo, su Ascensión, conlleva el aliento para evangelizar, por ello hoy nos envía de muevo: “Id al mundo entero y proclamad el Evangelio”. Estamos llamados a ser, aquí y ahora, testigos de Jesucristo, a dar razón de nuestra esperanza en medio del mundo que nos toca vivir.
Desde la Ascensión a Pentecostés sintamos renovarse en nosotros la alegría de ser enviados a dar testimonio de nuestra fe. ¡Invoquemos al Espíritu Santo para que nos dé las fuerzas que necesitamos!
¡Ven, Espíritu Santo, llena nuestros corazones de amor y de misericordia y aumenta nuestra fe, nuestra esperanza y nuestra caridad!
María nos acompañe como acompañó a los Apóstoles en los comienzos de la Iglesia.
Adolfo Álvarez. Sacerdote